Por: Armando Bravo Salcido
While
you live, dance and sing, be joyful: For life is short and time carries away his prize.
Traducción al “Epitafío de Seikilos”
Pero
los oyentes son de dos especies; unos que son libres e ilustrados, y otros,
artesanos y groseros mercenarios, que tienen necesidad de juegos y espectáculos
para descansar de sus fatigas. Como en estas naturalezas inferiores el alma se ha
torcido y separado de su debido camino, tiene necesidad de armonías tan
degradadas como ella y de cantos de un color falso y de una rudeza que no
pierden jamás.
Aristóteles, Política, Libro V, Capitulo VII
Hablar de Grecia
Aún
resulta vigente la reflexión de Matthew Arnold, de que el hebraísmo y el
helenismo son las raíces fundamentales de nuestra cultura, de nosotros, que de
una u otra manera nos hacemos llamar occidentales, y de que nuestro mundo se
debate constantemente en una cadencia entre estos dos enclaves que jamás se
encuentra “felizmente balanceada”. No resulta arbitrario que, aún hoy,
dicotomías tan marcadas en nuestra noosfera como la del “bien” y el “mal”,
provengan por un lado de lo que resulta del choque de estos primitivos mitos
hebraicos y los mitos persas de Zoroastro, y por el otro de la teoría del bien
platónica y la teoría de la virtud aristotélica. No es tampoco coincidencia el
que en nuestra tierra haya por los menos simbólicamente, dos “Omphalos”, unos en
Delfos, otro en Jesuralem, que designan el eje vertical o significante
trascendental de la moral y espiritualidad del mundo, ese “Omphalos” que en los
mitos griegos era la piedra que cayó sobre el mundo después de que Zeus mandara
a volar a dos águilas desde los extremos del infinito, para que al momento que
se encontraran se revelara como verdadero el punto que marca el eje u ombligo
del mundo.
El Omphalos es aún hoy cuestión de geopolítica (autores como Murphy C. que habla del “síndrome de omphalos” para referirse a la posición estratégica de Norteamérica como “policía del mundo”) y de ética filosófica (la lectura crítica en Latinoamérica del “descubrimiento” del ser en Parménides como fundamento del mundo e idéntico a él, como luz que ilumina pero no es vista; que deja a lo “otro”, el barbarismo, la no helenicidad, en la oscuridad). Y la cuestión es que la Grecia clásica, no la de la edad de bronce (periodo heladico) o la de la edad oscura de la Troya homérica, la Grecia desde el VI a.c, donde está el esplendor de los juegos olímpicos; de los primeros filósofos en Jonia; del nacimiento de la historia con Herodoto y Tucidides; del surgimiento de la geometría y el pensamiento axiomático que es aún hoy, modelo de nuestro pensamiento lógico y científico; y de la forma de organización política a la que todo discurso liberal de la actualidad aspira, es aún, a veces siendo tan distante, fantástica e incomprensible, un plano de consistencia en el que se desenvuelve nuestra practica humana, una lengua materna a la cual regresar (La reflexión de Arendt sobre la rebelión al lenguaje en momento de crisis, “no se abandonara la polis mientras sigamos hablando de política”, nos resulta fundamental).
La historia hoy, no puede prestarse a cierta perpetuación de este sentir (Historia anticuaria o monumental), pero tampoco puede ignorar este hecho. La historia no es tarea para el nostálgico, ese que construye castillos de la arena de los sueños del pasado y que a la inversa del “ángel de la historia” del que habla Walter Benjamin, se ve arrastrado al pasado con sus alas averiadas ante la catástrofe del futuro que se acumula a sus pies; la historia tampoco puede ser esta búsqueda cuyo combustible es la “fantasía de la caída”, del glorioso pasado al que degenero el presente, ni la inversa, historia de la alabanza a los monumentos ciclópeos (historia romana); ni aún, pura contra historia, mito de la reivindicación en que la victoria nos llegara (historia judía). Hablar de Grecia puede ser una búsqueda, un reencuentro, hasta un momento de reflexión y de verdadera vitalidad, siempre que, siguiendo a Jaques Le Goff, la memoria sirva a la liberación de los hombres y no a su sometimiento.
Primera aproximación
Lo múltiple y sus
posibilidades son un punto fructífero
del cual partir si se quiere hablar de un fenómeno social como objeto de
estudio, en este caso, la música de la Grecia clásica; multiplicidad de
sujetos, de prácticas, de mitos, de realidades, de filosofías. La “Mousike techne” el “arte de las musas”, cómo su mismo nombre demuestra
categóricamente, a diferencia de nuestra “música”, no existía ontológicamente
como realidad aislada definible, es decir que como dominio especifico del
mundo, hoy nos es fácil discernir y categorizar entre: música, danza, teatro,
cinematografía; y cada una de estas tiene un dominio propio no solo ontológico,
sino técnico, mecánico y hasta de explotación comercial; en la Grecia clásica este
arte de las musas era un terreno complejo, imposible de desmenuzar sin haber
con ello perdido su esencia, en el que se mezclaban por igual lo que hoy
denominaríamos música, danza y poesía. Por esta simple cuestión, hoy en día la
tarea de tratar de ajustar el papel de las musas a nuestro modelo y
clasificación de las artes (con sus modificaciones sigue siendo básicamente el
ideal de Charles Batteaux de las “bellas artes”) resulta no solo vana, sino
también absurda; la mayoría de las musas están relacionadas de una u otra forma
con lo que hoy llamaríamos música :Polimnia es musa de los cantos sacros, Erato
de la canción amorosa, Terpsicore de la danza y los coros, Euterpe de la poesía
lírica y el arte de tocar la flauta, Calíope (cuyo nombre significa, la de
bella voz) de la poesía épica. Cualquier avance que se haga sobre la
descripción o la búsqueda de comprensión de las practicas “puramente musicales”
en la Grecia clásica (historia de los instrumentos, de la notación musical,
estilística, de la filosofía de la música) debe de hacerse con la reserva de
saberse inmerso en este complejo campo de relaciones que todo el tiempo lo
permeaba y era la matriz generativa de esta práctica “musical”. En resumen, la
historia siempre es historia de las palabras y no de las cosas, de esos
lenguajes titánicos y su poder. Más
bien, a sapiencia de esta reserva, la historia debe desentrañar esa sintaxis
que mantiene unidas, a las palabras y las cosas, quizás a costa incluso, de
dejarla arruinada. Aspiramos a poder trabajar un poco en el seguimiento de esta
línea.
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