sábado, 24 de enero de 2015

Filosofía y música en la Grecia antigua: Parte primera




Por: Armando Bravo Salcido

While you live, dance and sing, be joyful: For life is short and time carries away his prize.
Traducción al “Epitafío de Seikilos”

Pero los oyentes son de dos especies; unos que son libres e ilustrados, y otros, artesanos y groseros mercenarios, que tienen necesidad de juegos y espectáculos para descansar de sus fatigas. Como en estas naturalezas inferiores el alma se ha torcido y separado de su debido camino, tiene necesidad de armonías tan degradadas como ella y de cantos de un color falso y de una rudeza que no pierden jamás.

Aristóteles, Política, Libro V, Capitulo VII

Hablar de Grecia

Aún resulta vigente la reflexión de Matthew Arnold, de que el hebraísmo y el helenismo son las raíces fundamentales de nuestra cultura, de nosotros, que de una u otra manera nos hacemos llamar occidentales, y de que nuestro mundo se debate constantemente en una cadencia entre estos dos enclaves que jamás se encuentra “felizmente balanceada”. No resulta arbitrario que, aún hoy, dicotomías tan marcadas en nuestra noosfera como la del “bien” y el “mal”, provengan por un lado de lo que resulta del choque de estos primitivos mitos hebraicos y los mitos persas de Zoroastro, y por el otro de la teoría del bien platónica y la teoría de la virtud aristotélica. No es tampoco coincidencia el que en nuestra tierra haya por los menos simbólicamente, dos “Omphalos”, unos en Delfos, otro en Jesuralem, que designan el eje vertical o significante trascendental de la moral y espiritualidad del mundo, ese “Omphalos” que en los mitos griegos era la piedra que cayó sobre el mundo después de que Zeus mandara a volar a dos águilas desde los extremos del infinito, para que al momento que se encontraran se revelara como verdadero el punto que marca el eje u ombligo del mundo.

El Omphalos es aún hoy cuestión de geopolítica (autores como Murphy C. que habla del “síndrome de omphalos” para referirse a la posición estratégica de Norteamérica como “policía del mundo”) y de ética filosófica (la lectura crítica en Latinoamérica del “descubrimiento” del ser en Parménides como fundamento del mundo e idéntico a él, como luz que ilumina pero no es vista; que deja a lo “otro”, el barbarismo, la no helenicidad, en la oscuridad). Y la cuestión es que la Grecia clásica, no la de la edad de bronce (periodo heladico) o la de la edad oscura de la Troya homérica, la Grecia desde el VI a.c, donde está el esplendor de los juegos olímpicos; de los primeros filósofos en Jonia; del nacimiento de la historia con Herodoto y Tucidides; del surgimiento de la geometría y el pensamiento axiomático que es aún hoy, modelo de nuestro pensamiento lógico y científico; y de la forma de organización política a la que todo discurso liberal de la actualidad aspira, es aún, a veces siendo tan distante, fantástica e incomprensible, un plano de consistencia en el que se desenvuelve nuestra practica humana, una lengua materna a la cual regresar (La reflexión de Arendt sobre la rebelión al lenguaje en momento de crisis, “no se abandonara la polis mientras sigamos hablando de política”, nos resulta fundamental).

La historia hoy, no puede prestarse a cierta perpetuación de este sentir (Historia anticuaria o monumental), pero tampoco puede ignorar este hecho. La historia no es  tarea para el nostálgico, ese que construye castillos de la arena de los sueños del pasado y que a la inversa del “ángel de la historia” del que habla Walter Benjamin, se ve arrastrado al pasado con sus alas averiadas ante la catástrofe del futuro que se acumula a sus pies; la historia tampoco puede ser esta búsqueda cuyo combustible es la “fantasía de la caída”, del glorioso pasado al que degenero el presente, ni la inversa, historia de la alabanza a los monumentos ciclópeos (historia romana); ni aún, pura contra historia, mito de la reivindicación en que la victoria nos llegara (historia judía). Hablar de Grecia puede ser una búsqueda, un reencuentro, hasta un momento de reflexión y de verdadera vitalidad, siempre que, siguiendo a Jaques Le Goff, la memoria sirva a la liberación de los hombres y no a su sometimiento.

Primera aproximación


Lo múltiple y sus posibilidades  son un punto fructífero del cual partir si se quiere hablar de un fenómeno social como objeto de estudio, en este caso, la música de la Grecia clásica; multiplicidad de sujetos, de prácticas, de mitos, de realidades, de filosofías.  La “Mousike techne”  el “arte de las musas”, cómo su mismo nombre demuestra categóricamente, a diferencia de nuestra “música”, no existía ontológicamente como realidad aislada definible, es decir que como dominio especifico del mundo, hoy nos es fácil discernir y categorizar entre: música, danza, teatro, cinematografía; y cada una de estas tiene un dominio propio no solo ontológico, sino técnico, mecánico y hasta de explotación comercial; en la Grecia clásica este arte de las musas era un terreno complejo, imposible de desmenuzar sin haber con ello perdido su esencia, en el que se mezclaban por igual lo que hoy denominaríamos música, danza y poesía. Por esta simple cuestión, hoy en día la tarea de tratar de ajustar el papel de las musas a nuestro modelo y clasificación de las artes (con sus modificaciones sigue siendo básicamente el ideal de Charles Batteaux de las “bellas artes”) resulta no solo vana, sino también absurda; la mayoría de las musas están relacionadas de una u otra forma con lo que hoy llamaríamos música :Polimnia es musa de los cantos sacros, Erato de la canción amorosa, Terpsicore de la danza y los coros, Euterpe de la poesía lírica y el arte de tocar la flauta, Calíope (cuyo nombre significa, la de bella voz) de la poesía épica. Cualquier avance que se haga sobre la descripción o la búsqueda de comprensión de las practicas “puramente musicales” en la Grecia clásica (historia de los instrumentos, de la notación musical, estilística, de la filosofía de la música) debe de hacerse con la reserva de saberse inmerso en este complejo campo de relaciones que todo el tiempo lo permeaba y era la matriz generativa de esta práctica “musical”. En resumen, la historia siempre es historia de las palabras y no de las cosas, de esos lenguajes  titánicos y su poder. Más bien, a sapiencia de esta reserva, la historia debe desentrañar esa sintaxis que mantiene unidas, a las palabras y las cosas, quizás a costa incluso, de dejarla arruinada. Aspiramos a poder trabajar un poco en el seguimiento de esta línea.

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