jueves, 5 de febrero de 2015

El metal como objeto de estudio de la filosofía y la historia: Breve comentario





Por: Armando Bravo Salcido

La guitarra marca celosamente el ritmo, boogie acompasado, grita robusta y salvaje frente a un piano centelleante pero cristalino cuyas figuras reiterativas y altamente emotivas serian comunes en el mismo “The Killer” y  otros emblemas del rock n roll a finales de los 50’s, el hi hat se mantiene flexible pero impaciente a una revelación que jamás llega. El año es 1951, tras la guitarra esta Kizart’s, uno de los Kings of rhythm de Ike Turner, se estaba grabando “Rocket 88”.

Aquella tonalidad que emanaba de las notas de Kizart´s; tosca, vigorosa, que ya tenía algo más de ruido o alboroto que de música, no era algo intencional, programado; la lluvia había dañado el amplificador del guitarrista al estar expuesto en el vehículo en que los músicos llegaron a Memphis, y sin embargo ese sonido un tanto primitivo, ese sonido distorsionado, le gusto tanto que eligió grabar la canción con él, aun una década después Dave Davies de The Kinks en una práctica no poco común, mutilaría el altavoz de su amplificador agujerándolo con una navaja de afeitar en busca del sonido que hoy apreciamos en canciones como “You Really got me”. En aquella sesión de Ike Turner and the Kings of Rhythm se había gestado algo en ese instante innombrable, Un malfuncionamiento físico técnico traducido en una nueva y revolucionaria concepción estética.

La distorsión sería un claro ejemplo, pero tan solo uno de los elementos que participarían en la carrera por el logro de sonidos imposibles, inhumanos y atroces que sería componente esencial del Heavy Metal. La música se estaba transformando y reinventando como forma de arte durante el siglo veinte. Arthur Schoenberg (compositor austriaco, conocido por haber desarrollado el método de composición dodecafónica, en el cual ninguna nota era predominante ni existía una clave en la pieza musical, en contraposición con el método tonal donde existen un tono fundamental con el cual los demás se relacionan de manera particular, método que caracterizo a la música occidental por siglos; cuya música en su época fue altamente controvertida e inclusive considerada plagada de degeneración y decadencia por instituciones como el partido Nazi), interpretaba la historia de la música occidental como la historia de la emancipación de lo disonancia, debido a que en esta se apreciaba un concepto cada vez más amplio de consonancia y de las series de tonos consideradas consonantes. Durante el transcurso del siglo XX se da una mutación estrepitosa de este fenómeno que se va haciendo más clara en su segunda mitad, podemos apreciar una acelerada emancipación no solo de formas, tonalidades y estilos, sino de contenidos y discursos; de cosmovisiones, y realidades tangibles, es aquí donde se vuelve trascendente tocar el tema del género musical conocido como metal, en este contexto se jugó un intenso debato en cuanto a la reivindicación de sonidos, imágenes y palabras considerados como profanos, equivocados o averiados; como elementos artísticos, ya sea desde una nota en el lugar equivocado, la distorsión de un amplificador averiado o de baja calidad, o la propuesta a una transmutación de los valores imperantes.
Con el surgimiento y desarrollo del género del metal  encontramos que dentro de él se inscriben saberes descalificados, marginados, que inscribiéndose en el discurso del metal, se hacen parte de una manifestación artística: la brujería, el satanismo, la demonología, la violencia, el asesinato, la enfermedad mental, el canibalismo; no solo se incluyen por su presencia en las letras, los mismos sonidos del metal emulan el sonido de la carne desgarrada, el choque de las armas, el conjuro de nigromancia ininteligible que pronuncia la bruja, el cataclismo natural, el grito primitivo, el grito de algo que no es ya humano; todos estos sonidos alguna vez relacionados con el terror fantástico, con lo indeseable y lo inaudito, dentro del metal como forma de arte se han vuelto objeto de deseo.

          Hoy el cuerpo se estremece ante la lumínica vibración de las cuerdas, el abismal eco de las primitivas guturaciones. El concierto de metal mismo se ha vuelto un evento de difíciles paralelismos; combate fraternal, ritual de nigromancia, acto de transfiguración metafísica. Aquello que surgiera como una búsqueda de lo inhumano no termino sino replegado sobre sí mismo, encontrando el retorno cual serpiente eterna que muerde su cola al haber recorrido la extensión del mundo, no acabo sino hallándose dentro de la humanidad misma, como una nueva forma de esta; como una nueva práctica y forma de existencia de individuos en busca revolución y reivindicación. Dicha nueva modalidad tuvo como eje fundamental un desplazamiento de determinados centrismos que se creía definían al hombre mediante la adopción de ciertos elementos antes considerados incompatibles ya sea con los caracteres típicos de “humanidad” o con la hegemonía de ciertas visiones morales del mundo. Trazamos múltiples senderos y vislumbramos lejanos horizontes y dimos un paso entorno al entendimiento de ese ente al que llamamos hombre mediante la pretensión de su negación absoluta.

Este texto resulta un breve esbozo, comentario y apología de una empresa que hasta ahora en su mayoría ha sido equívocamente tratada como vana y de casi nula importancia, expongo ciertos elementos tentativos a un desarrollo posterior, que hacen del metal un hecho social de múltiples complejidades y de relevancia en el entendimiento de los paradigmas estéticos y artísticos en la segunda mitad del siglo XX, de los caracteres con los que ciertos grupos humanos han instituido sus cosmovisiones y se han planteado su propia humanidad, lo que quiero hacer escuchar, es la propuesta de convertir al metal en objeto digno de serio estudio histórico y filosófico.